domingo, 20 de octubre de 2013

Joseph Roth

Terminamos de leer Mendel el de los libros de Stefan Zweig, una hermosa y conmovedora novela. Ahora estamos leyendo en clase El imperio perdido, el libro de José María Pérez Gay. La primera parte, "Viena: nuestro futuro anterior", la expusieron los estudiantes: Bladimir Barradas Lunagomez y Montserrat Hernández Lomeli. Muy buena su exposición.

La próxima lectura es El espejo ciego de Joseph Roth. En el libro de Pérez Gay leeremos  el apartado  "Joseph Roth. Los restos del desastre", su lectura nos servirá de contexto y conocimiento más profundo de la novela y del autor austriaco.

Zweig y Roth
La mañana del 23 de mayo de 1939 Joseph Roth se dispuso a escribir, como todos los días, en la terraza del Café Tournon. Aquella primavera en París, meses antes de la Segunda Guerra Mundial, se recordaría como una de las más calurosas. Había terminado su último libro, La leyenda del santo bebedor, una historia escrita con la solidaridad del alcohólico que describe a un hermano, a un compañero del mismo destino (...) Esa mañana Roth presintió que no volvería a escribir. Su cuerpo era una ruina: tenía la pierna derecha casi inmóvil, los pies hinchados y una infección estomacal crónica. No soportaba la luz. Lo estremecía el dolor de cabeza. Lo recorrían calosfríos y sentía náuseas. El cognac era el responsable. Cinco años antes se había internado en una clínica para alcohólicos, pero después de cuatro semanas de terapia fracasó y volvió a beber con mayor ansiedad. Sus paseos se limitaron entonces a una sola calle, su pequeña república de Tournon.
Joseph Roth había conferido al Café Tournon el aire y la dignidad de los antiguos cafés de Viena. Su mesa fue el punto de reunión de muchas personas cuyo único interés era escucharlo. La fauna que entraba y salía del café se dividió en tres turnos: de las cuatro a las nueve de la noche se acercaban actores, periodistas, representantes del partido monárquico de Austria y exiliados; de las diez a las tres de la mañana llegaban los amigos íntimos como Soma Morgenstern y Jean Janés, quienes vivían con Roth en el hotel (el Hotel Foyot); escritores como Stefan Zweig, Ludwig Marcuse, Hermann Kesten y Ernst Toller. A partir de las tres de la mañana Roth bebía con Joseph Gottfarstein. Después de ocho o diez Suze a la mirabelle, mezcla de cognac y aguardiente, subía a su cuarto temblando y se echaba a la cama.

Después de un enfrentamiento en el café, ya en la tarde de ese 23 de mayo, Roth tiene que ser llevado al hospital Necker:

El hombre que llegó esa noche al hospital era un alcohólico incurable, de baja estatura y rostro congestionado. Había nacido en Galizia, provincia del imperio austro-húngaro, cumplia cuarenta y cinco aunque representara sesenta años. Le repugnaban la estupidez y la falsedad. Amaba el idioma alemán y veneraba la memoria del imperio perdido. Murió entre alucinaciones.

Joseph Roth deliró durante doce horas y luego le sobrevino un paro cardiaco.Después de la Segunda Guerra Mundial desaparecieron los testigos y surgió la leyenda del suicidio. Desde entonces se ha querido ver en Roth a uno más de los escritores que, ante el avance del nacionalsocialismo, optaron por quitarse la vida. Aunque la psicosis alcohólica sea una lenta variante de la muerte voluntaria, nadie puede asegurar que Roth no hubiera salido con vida de una clínica con otras atenciones. Ante el peligro real de la conciencia y la lucha fascistas, Roth nunca perdió su actitud combativa. Cuando los ejércitos alemanes entraron a Viena, el escritor Egon Friedell se lanzó de un quinto piso. Al enterarse, Roth escribió el artículo "Contra los suicidas", en el que protestaba por la decisión de Friedell.