jueves, 18 de julio de 2013

Premio Nobel a Imre Kertész

Imre Kertész recibiendo el Nobel
Diciembre 2002
(Foto: Hans Mehlin)

 
Allí, en la sombra de las chimeneas, en las pausas en medio del dolor, había algo parecido a la felicidad. Todo el mundo me preguntará acerca de las privaciones, de los 'horrores de los campos', pero para mí la felicidad siempre será, quizá, la experiencia más memorable. Sí, eso es lo que les diré la próxima vez que me pregunten: acerca de la felicidad en esos campos. Si alguna vez me lo preguntan. Y si a mí no se me olvida.

Los lectores de todo el mundo que se enteraron de que el escritor húngaro Imre Kertész había ganado este año el Premio Nobel de Literatura por su novela Sin destino, una memoria del Holocausto, pudieron haberse preguntado "¿qué diablos es un escritor húngaro?", y "¿qué podría agregar alguien a la literatura sobre el Holocausto?"

La manera que tiene Kertész de abordar el tema es simple pero extraordinaria. Logra reconstruir su experiencia en Auschwitz y Buchenwald casi momento a momento, mientras padece el tránsito por los campos de exterminio a la edad de quince años. Como dijo su traductora estadounidense Katharina M. Wilson en una entrevista de televisión, Kertész era un ingenuo y no tenía una sola pista con respecto a las atrocidades que aguardaban a los reclusos.

Poco después de su llegada a Auschwitz-Birkenau, nos dice el joven narrador, los prisioneros se enteran de que les será servida sopa caliente. Tras el terrible traslado en tren, tanto la aparente cordialidad como la perspectiva del alimento los conmueve. Es sólo hasta que la sopa se sirve, en tazones de metal abollados y con una cuchara para cada dos personas, cuando descubren que el brebaje es incomible y el pan —oscuro, con residuos de paja y mugre que se deshacen entre los dientes— es, descubre el muchacho, nada menos que el plato fuerte. Con los dedos, le unta margarina al pan ("a la manera de Robinson Crusoe") tratando de establecer un vínculo entre esta experiencia y su confortable vida previa.

Entonces, finalmente, concentra su atención en el olor que invade el espacio abierto en donde se encuentra. Es dulzón, pegajoso, nauseabundo. Recuerda cuando los domingos pasaba con su padre por una fábrica de cemento y se tapaba la nariz para evitar ese olor. El olor en Auschwitz proviene de una alta chimenea industrial. Al principio, la explicación que circula entre los reclusos es que se trata de una fábrica de cuero. Entonces, poco a poco, el muchacho descubre que la planta no es en realidad una fábrica, sino un crematorio "en donde se incinera a los enfermos". Y cuando descubre otra chimenea humeante y luego otra más, comienza a preguntarse: ¿Habrá alguna epidemia tan extendida? ¿Hay tantos reclusos enfermos?

Así es como experimentamos el desastre, momento a momento; así es como experimentamos la vida. Calificar Auschwitz como un infierno es simplificar demasiado, trata de explicar el muchacho a su regreso. "Para cuando hemos aprendido todo, poco a poco empezamos a entenderlo. Y mientras estás entendiendo todo gradualmente, no estás ocioso en ningún momento... vives, actúas, te mueves y satisfaces las nuevas exigencias de cada nuevo paso..."

En su ingenuidad, el narrador —"un adolescente bien educado pero emocionalmente inmaduro", según lo caracteriza Christopher C. Wilson— es un apto representante del judaísmo previo al Holocausto. Porque, por supuesto, nadie informaba de los campos de concentración. En los medios de comunicación controlados por los nazis en los países ocupados, una sarta de mentiras reconfortantes, como "trabajo de guerra en Alemania", eran los jirones de información a los que se aferraban los judíos. Durante la lectura de Sin destino, compartimos la experiencia de cada grupo de víctimas que gradualmente se entera de la espantosa verdad.

Sin destino, escrita en 1965, fue finalmente publicada en Hungría en 1975. En Fiasco (1988), que trata de la frustración de Kertész al tratar de publicar su novela en la Hungría comunista, narra que uno de los editores rechazó la obra porque el estilo era "inadecuado para el tema", según nos dijo Katharina Wilson en una entrevista. Kertész no cedió ante la demanda de modificar su estilo, y se negó igualmente a participar en las asociaciones de escritores controlados por el comunismo. Kertész subsistió haciendo traducciones al húngaro, incluidas obras de Canetti, Freud, Hoffmansthal y Schnitzler.

Kertész ha publicado libros de reflexiones sobre Pascal, Goethe, Schopenhauer, Kafka, Camus y Beckett. El verdadero impacto de las experiencias escritas en la primera novela —en la que el autor concluye: "Tengo que continuar mi vida incontinuable"— emerge por completo en la tercera novela de la trilogía, Kaddish for a Child Not Born (1990).

Este libro, que empieza con un "No" que se repite, es la madura exploración que hace un hombre de su negativa de traer a un niño a un mundo que incluye tanto Auschwitz como el colapso de su primer matrimonio. Kaddish, a diferencia de Sin destino, es poética y psicológica, con repeticiones que semejan cantos fúnebres ("mi esposa —ella ha sido la esposa de alguien por mucho tiempo", "mi esposa —incidentalmente, ya no es mi esposa"). El final es desesperanzado:

"Ocasionalmente, como una comadreja parda abandonada después de un exterminio total, corro por la ciudad... Las rendijas de las alcantarillas rugen como si el inmundo flujo de recuerdos tratara de escaparse de sus canales ocultos para arrastrarme lejos".

Sólo Sin destino y otra novela, Kaddish for a Child Not Born, han sido traducidas al inglés, aunque mucha de la obra de Kertész ha estado disponible durante mucho tiempo para los lectores alemanes, franceses y suecos. Es gracias a los extranjeros traductores de Kertész como su obra pudo llegar al comité del Nobel. "La entrega del Premio Nobel a Imre Kertész subraya la importancia de hacer que los autores extranjeros estén al alcance de lectores angloparlantes", dijo Donna Shear, directora en funciones de la Northwestern University Press, al enterarse del nombramiento.

Kertész dijo que consideraba el Premio Nobel como un tributo a la literatura húngara. Es posible que su obra tenga raíces en el amplio y variado cuerpo de novelas, poemas, cuentos cortos y obras de teatro producido por la explosión de creatividad desencadenada en la Revolución Húngara de 1848. Su idioma, que no tiene relación con las lenguas eslavas ni con las indoeuropeas, se convirtió en el territorio perdido de los magiares.

Pero las divisiones étnicas permean la historia de Hungría, y Kertész es muy consciente de ello. Su obra era más conocida en Alemania que en Hungría, "donde no hay conciencia del Holocausto" (New York Times, 11-X-2002). En varias entrevistas, habló de un abierto antisemitismo en Hungría, dibujándolo casi tan terrible como en la década de los treinta. Los alemanes se han beneficiado a través de su lucha con el pasado, dijo también (Magyar Hirlap, 17-X-2002).

Para ser un escritor que se ha mantenido fuera de la política casi toda su vida, Kertész es notablemente comprometido. Al volver a Hungría del extranjero para recibir, entre otros reconocimientos, la ciudadanía de honor de Budapest, Kertész dijo que trataría de reconciliar los partidos en pugna de nacionalistas y liberales húngaros. "El liberalismo no es un partido, sino una manera de ver el mundo", declaró (Hirlap, 18-X-2002).

Ya sea que Kertész tenga o no éxito en esta misión, es probable que su obra cause impacto en su país natal. Desde 1990 tuvo el reconocimiento de los círculos literarios, y fue galardonado con varios premios, incluyendo el codiciado Premio Kosuth en 1997. Un círculo más amplio de lectores leerá ahora a Kertész, de acuerdo con periódicos de Budapest que citan planes para incluir Sin destino en programas escolares. Istvan Szabo, el director galardonado con un Óscar por Sunshine (la historia de una familia húngara asimilada), expresó regocijo ante la perspectiva de que Sin destino sea convertida en una película.

La conflictiva cuestión sobre lo que significa ser judío cuando uno no es religioso puede, de alguna manera, haber llegado a su fin para Kertész, especialmente después de una visita reciente a Israel. "Mi judaísmo es muy problemático", explicó en una entrevista. "Soy un judío no creyente. Aun así, como judío fui llevado a Auschwitz, como judío estuve en los campos de exterminio y como judío vivo en una sociedad a la que no le gustan los judíos... Soy judío, lo acepto, pero en gran medida también es cierto que eso me fue impuesto".

En una colección de prosa judía contemporánea (Mai Zsido Proza, PolgART, 2000), editada por Katalin Pecsi, un epílogo sobre la idea de "representatividad" describe la obra de Kertész como perteneciente a la literatura judía húngara. Sin embargo, el comité del Premio Nobel, en su mención, vio un significado más universal. La escritura de Kertész sustenta la frágil experiencia del individuo en contra de la inhumana arbitrariedad de la historia. "Las sorprendentes últimas líneas de Sin destino nos recuerdan la lucha entre los escritores y su visión de la verdad en contra del olvido."

Fuente | Letras Libres
 
En Acantilado está publicada en castellano, mucho de la obra de Imre Kertész.

Carta póstuma de Stefan Zweig

Stefan Zweig escribió múltiples cartas a sus seres más queridos antes de suicidarse: las más conocidas son las dedicadas al país que le vio morir Brasil, y la otra la dirigida a su primera esposa Friderike en 1942:

Querida Friderike, Cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.

A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.

Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.

Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.

Con mi amor y amistad,

Stefan