domingo, 10 de noviembre de 2013

Final del curso

Hemos llegado al final del curso. Como examen final tendremos la lectura y el análisis de Sin destino, novela del escritor húngaro Imre Kertész (Premio Nobel de Literatura 2002), novela publicada por primera vez en 1975.

“Después de Auschwitz y Buchenwald, Kertész se encontró en medio de un nuevo horror. Para el recién instaurado régimen estalinista de Hungría, él era hijo de un pequeño burgués, un intelectual, un decadente. Volvió a ser un enemigo: del pueblo, del Estado, de la redentora ideología oficial. Pero al menos no querían aniquilarlo físicamente.

Sobrevivió a trancas y barrancas: terminó la escuela secundaria, empezó a trabajar como periodista, y cuando en 1950 lo despidieron, sólo encontró trabajo en una fábrica. El año siguiente le tocó el servicio militar y, cuando en 1953 se reincorporó a la vida civil, se dedicaba a escribir piezas cómicas para un cabaret, letras de canciones bailables, y, ya en los años sesenta, algunas veces ejercía incluso como una especie de publicidad, inventando guiones, eslóganes y gags para el tipo de anuncios que podía existir en un país comunista que empezaba a coquetear con el consumismo.

Finalmente, a partir de los años setenta, se forjó cierta reputación como traductor, entre otros, de Friedrich Nietzsche, Ludwig Wittgenstein, Sigmund Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elias Canetti y Joseph Roth. Pero el hecho de que fuese un traductor apreciado por los redactores de algunas casas editoriales de Budapest no cambió su esencial condición de marginado. Y eso que para esas fechas, a mediados de los años setenta, ya había publicado su primera novela.

Trece años tardó en terminar Sin destino, que luego fue rechazada por una importante editorial con fama de abierta y liberal. Su director, un judío, tachó a Kertész casi de antisemita. Finalmente, Sin destino se editó en 1975, pero su publicación no causó ni el más leve cambio en la vida de su autor: no se produjo revelación alguna, no atrajo la atención de la crítica, ni tampoco tenía lectores. Sólo algunos años después, un pequeño grupo de intelectuales se enteró de la existencia de esta obra capital de la narrativa contemporánea.

Por lo demás, su vida seguía transcurriendo en el mismo restringido espacio social y físico. Respecto a esta última circunstancia, cabe señalar que durante treinta y cinco años Kertész vivió en un piso de 29 metros cuadrados. Allí escribió -por las noches y en la mesa de la cocina- sus tres grandes novelas. La primera fue Sin destino. La siguiente, El fracaso (1988), que reconstruye, en una estructura compleja y de manera no del todo realista, sus vivencias durante la época estalinista. La tercera, Kaddish por el hijo no nacido, es de 1990 y su título revierte el sentido de una oración judía que, en su variante más conocida, se reza en homenaje de los padres muertos.

Sólo cabe añadir a este desolador repaso de la trayectoria de Kertész la etapa que siguió a la caída del muro de Berlín. Se volvió más productivo: publicó el dietario Diario de galera (1992), los relatos La bandera británica (1991) y Acta notarial (1993), los ensayos incluidos en Un instante de silencio en el paredón (1998) y el híbrido Yo, otro. Crónica del cambio (1997).

También es cierto que en esa década poscomunista, los años noventa, Kertész estaba algo más presente en la vida cultural húngara y empezó a vivir, incluso, con cierta holgura, gracias a su tardío descubrimiento en el extranjero, principalmente en Alemania. Pero nada cambió en lo esencial: seguía siendo un autor desconocido para la mayoría de los lectores, y no reconocido -o, incluso, rechazado- por las autoridades culturales húngaras, que a menudo intentaron impedir su incipiente carrera internacional.

Por ejemplo, cuando los convocantes de un importante premio alemán decidieron distinguir a un autor húngaro, barajando, entre otros, el nombre de Kertész, al consultar a un responsable ministerial magiar, se encontraron con la respuesta de que Kertész no sería el autor idóneo para ese premio, puesto que en realidad no es húngaro, sino judío".

 
 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Exposiciones y lectura

El pasado 28 de  octubre escuchamos las exposiciones de:

Ana Cristina Hernández y Sonia López, sobre Stalinismo y Kadarismo.

Clarissa Ramírez, sobre Bloque del Este.

Angelina Estrada y Omar Yavé, sobre la Guerra Fría.

Edgar Paul Tirzo, sobre Imre Kertész.

Anteriormente, expusieron Bladimir Barradas Luna Gómez y Montserrat Hernández Lomelí.

Y el día de hoy tuvimos examen de lectura de la novela El espejo ciego de Joseph Roth, y del artículo: "Joseph Roth. Los restos del desastre",  del libro El imperio perdido de José María Pérez Gay.

Estudiantes exponiendo:


domingo, 20 de octubre de 2013

Joseph Roth

Terminamos de leer Mendel el de los libros de Stefan Zweig, una hermosa y conmovedora novela. Ahora estamos leyendo en clase El imperio perdido, el libro de José María Pérez Gay. La primera parte, "Viena: nuestro futuro anterior", la expusieron los estudiantes: Bladimir Barradas Lunagomez y Montserrat Hernández Lomeli. Muy buena su exposición.

La próxima lectura es El espejo ciego de Joseph Roth. En el libro de Pérez Gay leeremos  el apartado  "Joseph Roth. Los restos del desastre", su lectura nos servirá de contexto y conocimiento más profundo de la novela y del autor austriaco.

Zweig y Roth
La mañana del 23 de mayo de 1939 Joseph Roth se dispuso a escribir, como todos los días, en la terraza del Café Tournon. Aquella primavera en París, meses antes de la Segunda Guerra Mundial, se recordaría como una de las más calurosas. Había terminado su último libro, La leyenda del santo bebedor, una historia escrita con la solidaridad del alcohólico que describe a un hermano, a un compañero del mismo destino (...) Esa mañana Roth presintió que no volvería a escribir. Su cuerpo era una ruina: tenía la pierna derecha casi inmóvil, los pies hinchados y una infección estomacal crónica. No soportaba la luz. Lo estremecía el dolor de cabeza. Lo recorrían calosfríos y sentía náuseas. El cognac era el responsable. Cinco años antes se había internado en una clínica para alcohólicos, pero después de cuatro semanas de terapia fracasó y volvió a beber con mayor ansiedad. Sus paseos se limitaron entonces a una sola calle, su pequeña república de Tournon.
Joseph Roth había conferido al Café Tournon el aire y la dignidad de los antiguos cafés de Viena. Su mesa fue el punto de reunión de muchas personas cuyo único interés era escucharlo. La fauna que entraba y salía del café se dividió en tres turnos: de las cuatro a las nueve de la noche se acercaban actores, periodistas, representantes del partido monárquico de Austria y exiliados; de las diez a las tres de la mañana llegaban los amigos íntimos como Soma Morgenstern y Jean Janés, quienes vivían con Roth en el hotel (el Hotel Foyot); escritores como Stefan Zweig, Ludwig Marcuse, Hermann Kesten y Ernst Toller. A partir de las tres de la mañana Roth bebía con Joseph Gottfarstein. Después de ocho o diez Suze a la mirabelle, mezcla de cognac y aguardiente, subía a su cuarto temblando y se echaba a la cama.

Después de un enfrentamiento en el café, ya en la tarde de ese 23 de mayo, Roth tiene que ser llevado al hospital Necker:

El hombre que llegó esa noche al hospital era un alcohólico incurable, de baja estatura y rostro congestionado. Había nacido en Galizia, provincia del imperio austro-húngaro, cumplia cuarenta y cinco aunque representara sesenta años. Le repugnaban la estupidez y la falsedad. Amaba el idioma alemán y veneraba la memoria del imperio perdido. Murió entre alucinaciones.

Joseph Roth deliró durante doce horas y luego le sobrevino un paro cardiaco.Después de la Segunda Guerra Mundial desaparecieron los testigos y surgió la leyenda del suicidio. Desde entonces se ha querido ver en Roth a uno más de los escritores que, ante el avance del nacionalsocialismo, optaron por quitarse la vida. Aunque la psicosis alcohólica sea una lenta variante de la muerte voluntaria, nadie puede asegurar que Roth no hubiera salido con vida de una clínica con otras atenciones. Ante el peligro real de la conciencia y la lucha fascistas, Roth nunca perdió su actitud combativa. Cuando los ejércitos alemanes entraron a Viena, el escritor Egon Friedell se lanzó de un quinto piso. Al enterarse, Roth escribió el artículo "Contra los suicidas", en el que protestaba por la decisión de Friedell.

martes, 3 de septiembre de 2013

El ajuste de cuentas y Mendel el de los libros

Hemos terminado de leer en clase El ajuste de cuentas, de Tibor Déry. Nuestra próxima lectura es Mendel el de los libros, de Stefan Zweig.

viernes, 30 de agosto de 2013

Pareja húngara real


Pareja húngara real: El rey Esteban I y la princesa Gisela de Baviera.
“El vínculo entre las culturas germano-húngaras tiene 1.000 años de historia: el primer rey de Hungría, Esteban I, que se casó con la princesa bávara Gisela e introdujo el cristianismo en Hungría. Ese matrimonio fue clave para la vinculación de Hungría a Europa Occidental. Desde los tiempos de la Reina Gisela, el contacto entre ambos países se mantuvo vivo a pesar de las diversas turbulencias políticas”.

Fuente | Herencia cultural

jueves, 22 de agosto de 2013

Hungría y la Unión Soviética



Verdadera historia del choque brutal entre Hungría y la Unión Soviética en la piscina de waterpolo en los Juegos Olímpicos de 1956. A medida que los tanques soviéticos fueron suprimiendo levantamiento de los pueblos en Hungría, el equipo de water polo decidió dar a la población algo que celebrar por aplastar a los soviéticos en la piscina de waterpolo. Narrado por Mark Spitz esta maravillosa película, con mucho material de archivo, cuenta la historia de ese choque. Incluye entrevistas con los jugadores sobrevivientes y muestra lo que el pueblo húngaro pasó. El equipo dio a la gente en casa lo único que la URSS había intentado quitarle: Esperanza.

martes, 13 de agosto de 2013

Budapest, y Tibor Déry

En los cuentos que componen El ajuste de cuentas de Tibor Déry, que leemos en clase, hay varias referencias a Buda y a Pest. Muestro estas dos fotografías como referente visual para los estudiantes:

Buda-Pest
Buda-Pest

El ajuste de cuentas
Tibor Déry nace en Budapest (1894-1977), en el seno de una próspera familia de ascendencia judía. En 1919 se unió al partido comunista y sirvió en el infortunado gobierno revolucionario de Béla Kun, que cayó antes de final de año. Durante la mayor parte de los siguientes tres lustros vivió en el exilio, hasta su regreso a Hungría en 1935. Aunque en un principio fue bien considerado por el gobierno comunista de la posguerra, en 1953 Déry ya había sido expulsado del partido por las críticas a su política cada vez más represiva. Posteriormente apoyó al gobierno reformista de Imre Nagy y, tras la represión soviética de la revuelta de 1956, fue condenado a nueve años de prisión. Escritores de todo el mundo, entre ellos Albert Camus, Jean-Paul Sartre, E. M. Forster, Rebecca West y Alberto Moravia, se unieron en su defensa y en 1960 no sólo se le concedió la amnistía, sino que también pudo volver a publicar y a viajar con relativa libertad.

Fotos: Magda Díaz

martes, 6 de agosto de 2013

Transilvania

Transilvania

Lo que en sentido amplio se denomina Transilvania, los territorios tradicionales de la Corona Húngara, que en 1920, tras el Tratado de Trianón,* pasaron a formar parte de Rumanía, son en realidad tres territorios históricos, la Transilvania propiamente dicha, el Partium (la zona noroccidental, fronteriza con Hungría en la actualidad) y el Banato (en la zona sur-occidental, que en parte se extiende también por Serbia). Es una zona multiétnica, con población húngara, rumana, alemana y de otras nacionalidades (gitanos, eslovacos, serbios), donde ha existido siempre una cultura y una tradición propia, con rasgos diferenciados de los del resto de Hungría (o, en la actualidad, de Rumanía).

(*Tratado de Trianón: Acuerdo impuesto a Hungría el 4 de junio de 1920 por las fuerzas aliadas vencedoras en la I Guerra Mundial en el que se dictaminó la entrega de Eslovaquia y Rutenia a Checoslovaquia, Transilvania y el Banato Oriental a Rumanía, y Croacia y el Banato Occidental o Voivodina a Yugoslavia. Hungría perdió casi 60% de su territorio. De 282 000 km² (1914) quedó 93 000 km² (1920)), de su población 18,2 millones (1910) no quedaron en Hungría 7,6 millones. 3,3 millones de 7,6 fueron húngaros).

Durante más de tres siglos, desde 1541 hasta 1867 (y con un breve periodo de excepción en 1848), el principado de Transilvania fue, de una u otra manera, independiente de Hungría, primero como un principado formalmente independiente, aunque vasallo de los turcos, luego en poder austríaco. Y este desarrollo diferenciado ha dejado su impronta en la cultura y especialmente en la literatura.

Ya en el siglo XVI-XVII hay una literatura transilvana que no tiene mucho en común con la de Hungría, centrada sobre todo en el género epistolar, donde destaca por ejemplo Kelemen Mikes con sus Cartas turcas (1717-1758). Después de la unificación con Hungría, por el Compromiso Austrohúngaro de 1868, la literatura transilvana se desarrolla dentro del marco de la húngara. De Transilvania son algunos autores clásicos de la literatura húngara tan destacados como János Arany, Endre Ady y otros.

A comienzos del siglo XX la cultura húngara en Transilvania vive un periodo de esplendor, no solo en literatura, sino en todas las artes, destacan distintos círculos culturales en Kolozsvár (Cluj-Napoca), Nagyvárad (Oradea), Nagybánya (Baia Mare) y otras ciudades. Así, cuando Transilvania deja de formar parte de Hungría, tiene una tradición propia en la que apoyarse a la hora de desarrollar de nuevo la literatura en lengua húngara.

Fuente | La literatura húngara en Transilvania

domingo, 4 de agosto de 2013

Aroma de café

Gerbeaud, Budapest
(Foto: Magda Díaz)

La llegada de la I Guerra Mundial puso fin a la época de esplendor de los cafés de Budapest, y con la instalación del régimen comunista todo indicaba que iba a desaparecer para siempre la rica cultura del café. Los pomposos edificios fueron devastados, su mobiliario saqueado o destruido. En su lugar se abrieron, por aquel entonces o más tarde, oficinas de correos, almacenes de artículos deportivos, clubes universitarios, salas de juego, sucursales de bancos, restaurantes de comida rápida. Afortunadamente, en la última década, Budapest parece ir recobrando su sumergida cultura del café, se han reabierto algunos de los legendarios cafés de antaño. Veremos si esto tendrá su repercusión en la literatura.

Fuente | Una ciudad con aroma de café

jueves, 18 de julio de 2013

Premio Nobel a Imre Kertész

Imre Kertész recibiendo el Nobel
Diciembre 2002
(Foto: Hans Mehlin)

 
Allí, en la sombra de las chimeneas, en las pausas en medio del dolor, había algo parecido a la felicidad. Todo el mundo me preguntará acerca de las privaciones, de los 'horrores de los campos', pero para mí la felicidad siempre será, quizá, la experiencia más memorable. Sí, eso es lo que les diré la próxima vez que me pregunten: acerca de la felicidad en esos campos. Si alguna vez me lo preguntan. Y si a mí no se me olvida.

Los lectores de todo el mundo que se enteraron de que el escritor húngaro Imre Kertész había ganado este año el Premio Nobel de Literatura por su novela Sin destino, una memoria del Holocausto, pudieron haberse preguntado "¿qué diablos es un escritor húngaro?", y "¿qué podría agregar alguien a la literatura sobre el Holocausto?"

La manera que tiene Kertész de abordar el tema es simple pero extraordinaria. Logra reconstruir su experiencia en Auschwitz y Buchenwald casi momento a momento, mientras padece el tránsito por los campos de exterminio a la edad de quince años. Como dijo su traductora estadounidense Katharina M. Wilson en una entrevista de televisión, Kertész era un ingenuo y no tenía una sola pista con respecto a las atrocidades que aguardaban a los reclusos.

Poco después de su llegada a Auschwitz-Birkenau, nos dice el joven narrador, los prisioneros se enteran de que les será servida sopa caliente. Tras el terrible traslado en tren, tanto la aparente cordialidad como la perspectiva del alimento los conmueve. Es sólo hasta que la sopa se sirve, en tazones de metal abollados y con una cuchara para cada dos personas, cuando descubren que el brebaje es incomible y el pan —oscuro, con residuos de paja y mugre que se deshacen entre los dientes— es, descubre el muchacho, nada menos que el plato fuerte. Con los dedos, le unta margarina al pan ("a la manera de Robinson Crusoe") tratando de establecer un vínculo entre esta experiencia y su confortable vida previa.

Entonces, finalmente, concentra su atención en el olor que invade el espacio abierto en donde se encuentra. Es dulzón, pegajoso, nauseabundo. Recuerda cuando los domingos pasaba con su padre por una fábrica de cemento y se tapaba la nariz para evitar ese olor. El olor en Auschwitz proviene de una alta chimenea industrial. Al principio, la explicación que circula entre los reclusos es que se trata de una fábrica de cuero. Entonces, poco a poco, el muchacho descubre que la planta no es en realidad una fábrica, sino un crematorio "en donde se incinera a los enfermos". Y cuando descubre otra chimenea humeante y luego otra más, comienza a preguntarse: ¿Habrá alguna epidemia tan extendida? ¿Hay tantos reclusos enfermos?

Así es como experimentamos el desastre, momento a momento; así es como experimentamos la vida. Calificar Auschwitz como un infierno es simplificar demasiado, trata de explicar el muchacho a su regreso. "Para cuando hemos aprendido todo, poco a poco empezamos a entenderlo. Y mientras estás entendiendo todo gradualmente, no estás ocioso en ningún momento... vives, actúas, te mueves y satisfaces las nuevas exigencias de cada nuevo paso..."

En su ingenuidad, el narrador —"un adolescente bien educado pero emocionalmente inmaduro", según lo caracteriza Christopher C. Wilson— es un apto representante del judaísmo previo al Holocausto. Porque, por supuesto, nadie informaba de los campos de concentración. En los medios de comunicación controlados por los nazis en los países ocupados, una sarta de mentiras reconfortantes, como "trabajo de guerra en Alemania", eran los jirones de información a los que se aferraban los judíos. Durante la lectura de Sin destino, compartimos la experiencia de cada grupo de víctimas que gradualmente se entera de la espantosa verdad.

Sin destino, escrita en 1965, fue finalmente publicada en Hungría en 1975. En Fiasco (1988), que trata de la frustración de Kertész al tratar de publicar su novela en la Hungría comunista, narra que uno de los editores rechazó la obra porque el estilo era "inadecuado para el tema", según nos dijo Katharina Wilson en una entrevista. Kertész no cedió ante la demanda de modificar su estilo, y se negó igualmente a participar en las asociaciones de escritores controlados por el comunismo. Kertész subsistió haciendo traducciones al húngaro, incluidas obras de Canetti, Freud, Hoffmansthal y Schnitzler.

Kertész ha publicado libros de reflexiones sobre Pascal, Goethe, Schopenhauer, Kafka, Camus y Beckett. El verdadero impacto de las experiencias escritas en la primera novela —en la que el autor concluye: "Tengo que continuar mi vida incontinuable"— emerge por completo en la tercera novela de la trilogía, Kaddish for a Child Not Born (1990).

Este libro, que empieza con un "No" que se repite, es la madura exploración que hace un hombre de su negativa de traer a un niño a un mundo que incluye tanto Auschwitz como el colapso de su primer matrimonio. Kaddish, a diferencia de Sin destino, es poética y psicológica, con repeticiones que semejan cantos fúnebres ("mi esposa —ella ha sido la esposa de alguien por mucho tiempo", "mi esposa —incidentalmente, ya no es mi esposa"). El final es desesperanzado:

"Ocasionalmente, como una comadreja parda abandonada después de un exterminio total, corro por la ciudad... Las rendijas de las alcantarillas rugen como si el inmundo flujo de recuerdos tratara de escaparse de sus canales ocultos para arrastrarme lejos".

Sólo Sin destino y otra novela, Kaddish for a Child Not Born, han sido traducidas al inglés, aunque mucha de la obra de Kertész ha estado disponible durante mucho tiempo para los lectores alemanes, franceses y suecos. Es gracias a los extranjeros traductores de Kertész como su obra pudo llegar al comité del Nobel. "La entrega del Premio Nobel a Imre Kertész subraya la importancia de hacer que los autores extranjeros estén al alcance de lectores angloparlantes", dijo Donna Shear, directora en funciones de la Northwestern University Press, al enterarse del nombramiento.

Kertész dijo que consideraba el Premio Nobel como un tributo a la literatura húngara. Es posible que su obra tenga raíces en el amplio y variado cuerpo de novelas, poemas, cuentos cortos y obras de teatro producido por la explosión de creatividad desencadenada en la Revolución Húngara de 1848. Su idioma, que no tiene relación con las lenguas eslavas ni con las indoeuropeas, se convirtió en el territorio perdido de los magiares.

Pero las divisiones étnicas permean la historia de Hungría, y Kertész es muy consciente de ello. Su obra era más conocida en Alemania que en Hungría, "donde no hay conciencia del Holocausto" (New York Times, 11-X-2002). En varias entrevistas, habló de un abierto antisemitismo en Hungría, dibujándolo casi tan terrible como en la década de los treinta. Los alemanes se han beneficiado a través de su lucha con el pasado, dijo también (Magyar Hirlap, 17-X-2002).

Para ser un escritor que se ha mantenido fuera de la política casi toda su vida, Kertész es notablemente comprometido. Al volver a Hungría del extranjero para recibir, entre otros reconocimientos, la ciudadanía de honor de Budapest, Kertész dijo que trataría de reconciliar los partidos en pugna de nacionalistas y liberales húngaros. "El liberalismo no es un partido, sino una manera de ver el mundo", declaró (Hirlap, 18-X-2002).

Ya sea que Kertész tenga o no éxito en esta misión, es probable que su obra cause impacto en su país natal. Desde 1990 tuvo el reconocimiento de los círculos literarios, y fue galardonado con varios premios, incluyendo el codiciado Premio Kosuth en 1997. Un círculo más amplio de lectores leerá ahora a Kertész, de acuerdo con periódicos de Budapest que citan planes para incluir Sin destino en programas escolares. Istvan Szabo, el director galardonado con un Óscar por Sunshine (la historia de una familia húngara asimilada), expresó regocijo ante la perspectiva de que Sin destino sea convertida en una película.

La conflictiva cuestión sobre lo que significa ser judío cuando uno no es religioso puede, de alguna manera, haber llegado a su fin para Kertész, especialmente después de una visita reciente a Israel. "Mi judaísmo es muy problemático", explicó en una entrevista. "Soy un judío no creyente. Aun así, como judío fui llevado a Auschwitz, como judío estuve en los campos de exterminio y como judío vivo en una sociedad a la que no le gustan los judíos... Soy judío, lo acepto, pero en gran medida también es cierto que eso me fue impuesto".

En una colección de prosa judía contemporánea (Mai Zsido Proza, PolgART, 2000), editada por Katalin Pecsi, un epílogo sobre la idea de "representatividad" describe la obra de Kertész como perteneciente a la literatura judía húngara. Sin embargo, el comité del Premio Nobel, en su mención, vio un significado más universal. La escritura de Kertész sustenta la frágil experiencia del individuo en contra de la inhumana arbitrariedad de la historia. "Las sorprendentes últimas líneas de Sin destino nos recuerdan la lucha entre los escritores y su visión de la verdad en contra del olvido."

Fuente | Letras Libres
 
En Acantilado está publicada en castellano, mucho de la obra de Imre Kertész.

Carta póstuma de Stefan Zweig

Stefan Zweig escribió múltiples cartas a sus seres más queridos antes de suicidarse: las más conocidas son las dedicadas al país que le vio morir Brasil, y la otra la dirigida a su primera esposa Friderike en 1942:

Querida Friderike, Cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.

A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.

Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.

Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.

Con mi amor y amistad,

Stefan